domingo, diciembre 17, 2006

Hoy el sueño sí viene, pero intento ignorarlo mientras vago por la noche sin salir del departamento en la búsqueda de algo sin nombre, que no sé que es -y por eso es tan difícil acostarse, cuando ni siquiera está la certeza de lo que se busca-.
Hoy tuve algunos regresos. Uno en forma de plaza con calor, otro en un llamado, y otro más vino en un papel fotográfico de mi viejo trabajo, con un párrafo en el anverso que escribí alguna tarde de químicos y señoras con perros pensando que quizás formaría parte de un futuro algo más extenso, más "cuento", más lo que sea. "Todas las cosas lo piensan, desde que me levanto silenciosamente hasta que lavo mi plato y me acuesto de mi lado de la cama. Y los sueños... mejor no pensar en ellos; darles trascendencia significaría reconocer que no me pertenzco." Pero hay tantos meses entre la noche y ese papel escrito con Bic azul que podría haber salido de muchos lugares, de ninguno, de n.
Hoy escribo sin pensar lo que sale de los dedos, con sueño, con no muchos más regresos que lo usual, con Chascomús y corto a un par de días, con preguntas -como siempre, las de siempre o las de sólo hoy-.
Hoy me voy a dormir.

martes, noviembre 07, 2006

Algunas veces, como este fin de semana, las cosas se conjugan mágicamente para crear la imagen perfecta. Hay algo que hace que lo que en un momento son algunas luces, una cámara, un piso con paredes y techo, algo de utilería y algunas personas a ambos lados de la cámara, se organicen sin que lo note y me regalen la belleza hecha beso en unos labios que se suponen fríos (pero no lo están, porque tienen tanta vida como las flores, como los nenes, como el aire y los gritos de "sacame ese calco!" o "silencio por favor!").
Muchas veces está la pregunta, el por qué de todo, de dormir salteado, de correr con poco sentido; pocas veces está la posible respuesta, mucho más silenciosa pero imposible de ignorar en su hermosa grandeza. Es un instante. Un cuadro. Una anciana que mueve lentamente su mano, posa sus dulces labios en una boca maquillada. Dos nenes, tienen las manos entrelazadas y les es difícil mantenerse quietos con los trajes tan incómodos, tan poco ellos. Algunas flores. Y es la imagen más luminosa que vi en mucho tiempo; no soy la única que lo nota, se ve en las miradas que se cruzan y se sonríen colmadas de perfección en forma de beso.

Y estoy feliz porque este fin de semana encontré más de una respuesta. Una mariposa en un dedo, una mano que busca un teléfono; y todo lo que no fue grabado, un departamento en San Isidro, una cocina en Matínez, la caja de una camioneta de noche, desayunos con ojos hinchados y muchos comentarios de "no sé cómo hacen los que trabajan en la misma oficina durante años".

Más de una respuesta, la mayoría compartida. Porque nunca sabemos dónde ni cómo vamos a terminar el día, mucho menos a qué hora; por eso elegimos esto, no dormir, quemarse sólo el costado izquierdo del cuello porque la cámara está en ese lugar y el sol en ese otro, mover pianos, quemarse los dedos, redescubrir la belleza en el interior de un cuadro y en las miradas dentro de una habitación.

lunes, octubre 09, 2006

Otra noche sin sueño

Hace un minuto eran las tres y treinta y tres, y más allá del número triplicado me pregunto por qué será que mi cerebro decide simular el efecto de una inyección de un termo de cafeína cada vez que digo "me voy a dormir ahora". Puede ser que a las once se asomen los bostezos premonitorios de una noche de sueño, pero por mucho o poco que lo intente pasan una, dos, cinco horas, llegan las seis de la mañana y yo sigo dando vueltas por la casa, asomándome a mi pieza y acostándome esperando que esa sea la definitiva, porque ya es tarde y debería dormirme de una vez, pero al rato me desengaño.
El otro día creo que superé mi propio record de dar vueltas en la cama sin tener ni un poco de sueño, creo que por dos horas, hasta que me levanté y me quedé mirando Stuart Little o alguna otra película de esas que sólo somos capaces de mirar de cabo a rabo en madrugadas de insomnio (y en todo caso prefiero al ratón que conduce un auto a medida antes que la baba de caracol o los super-cuchillos-rebana-todo).
Por lo general después de estas noches que llegan casi a la mañana tengo toneladas de sueños de esos que se amontonan por entrar, se superponen y mezclan con el azar o el subconsciente como dj. Sueño ininterrumpido, sólo algunas veces cuando caigo en alguno en el que alguien llora (y ese alguien soy yo, aunque también puedo estar siendo otra al mismo tiempo y mirarme llorar), algunas de esas veces me despierto sin terminar de saber que me desperté y que estoy llorando; no sé si tengo las mejillas mojadas, pero tengo la certeza de que estoy llorando, de que las lágrimas del sueño son muy reales. Pero al mismo tiempo me vuelvo a dormir casi en el acto y sé que esa angustia que probablemente ya no recuerdo y que me hizo despertar llorando desaparecerá del todo un instante después, en este instante en el que sueño que me encuentro un cachorro de labrador que de repente se parece mucho a mi gata aunque todos los demás digan lo contrario, y en ese instante que está un poquito más allá ya estoy ..... acabo de darme cuenta en esos cinco puntos, que en realidad fueron como unos treinta segundos, que no puedo acordarme de ningún otro sueño más que ese, uno de los tantos que tuve anoche, el único que no terminó de esfumarse.
Las tres y cincuenta y cuatro, ya no es un número tan prolijo como el primero, y ahora estoy escribiendo con menos sentido aún que hace veinte minutos. Creo que sólo escribo esto como reemplazo de los miles de pensamientos que cruzarían mi cerebro si me acostara en este momento. Sería una hora como mínimo de pensar cosas que después olvidaría con la llegada de los sueños, que también olvidaría a la noche siguiente, para volver a empezar. Y es lo más parecido a pensar en nada, también lo más antagónico.
Ahora dejo de escribir, porque mañana no puedo levantarme muy tarde y no quiero seguir corriendo mis horas de sueño, tanto desfasaje está empezando a afectar mi humor, y cada vez más seguido me despierto con ojos que creo mojados que se secan al instante siguiente.

Esto me está desesperando. ¿Es vacío? Se siente parecido a eso. No sé.
Y no hay tanta diferencia entre pensar acostada y escribir sentada, en ambos casos es de noche, la luz está apagada y la mañana cada vez más cerca.

martes, octubre 03, 2006

De casualidades y esquinas

¿Qué es la casualidad (o la ilusión de)?
¿Es caminar por cualquier calle, cruzar una plaza, y sin notarlo mirar hacia la esquina pensando que algún día ese señor con paraguas deje de ser señor con paraguas para ser él?
Meses y años pueden pasar. Quizás un día sin haberlo previsto suba al colectivo o entre al bar en el que esté él; un momento en el que ya sólo quedará la parte buena de los recuerdos y renacerán las preguntas, las ganas de saber del otro. ¿Qué libros leyó? ¿Qué películas miró? ¿Qué viajes vivió?
Eso quizás sea lo que queda, porque muchísimas cosas siguen pasando, pero de vez en cuando reaparecen, no como pasado, si no como el futuro que vino después de eso, que ahora quizás ya sea presente. Presente en el que el señor de paraguas es la esquina en la que quizás aparezcas para que hablemos de la actualización de nuestros días. En cualquier banco, en cualquier calle.


Muchas veces casualidad suena muy parecido a curiosidad.

viernes, abril 07, 2006

-

(domingo, mis dedos vacilan y aceleran en el teclado, toman la palabra, la descomponen)

triste triste triste
sangre seca en la nariz derecha
mocos, no tengo pañuelo al alcance de la mano
moretón en pierna?
no sé, me duele la espalda, los hombros
el cuello la mente el alma
alma
alma
alma
extraño
de extrañar, también de desconocido
no sé, no lo conozco
una semana
y más tiempo todavía
y nada, ni una palabra que me haga pensar que tiene ganas de estar conmigo
la costumbre no tiene que ganarnos a los dos meses
eso pasa más tarde
al año
o más
o nunca
el agua que debería ser insípida tiene gusto feo
la comida tiene gusto feo, y el domingo tiene gusto horrible
sueño, suciedad, dolor, tristeza, extrañeza
evasivas


quiero llorar al menos, volver a esos llantos eternos y en la cama, con almohada y ya sin pensar, porque las lágrimas barren todo
pero no, todo se queda en una tristeza en los párpados, en las cejas, en los dedos, en todos lados
en el teléfono silencioso también, hasta el ventilador desparrama tristeza y vuela las hojas tristes
quiero bañarme y limpiar todo, pero no puedo ir hasta allá y hacer todo lo que requiere la ducha
no quiero hacer nada, pero no quiero nada de lo que está acá
trabajo tampoco, pero ya 23:49, a las 9:10 empiezo de nuevo, y termino a las 18, y corro a imprimir
para estar en la facultad y de nuevo intentar hacer algo
y no puedo nada
no quiero nada
y él sigue ahí, está, siempre está pero no
paso un vida sin tener eso que todos tienen por todos lados
querer a alguien es lo mismo que perderlo


(viernes, otro día, pero el mismo, el eterno retorno me atormenta)

y la puta vida me dijo “no love for you”, ni hoy ni nunca. La “amiga” del mundo, la que acumula amor, cariño, besos, abrazos y caricias, y me rebalsan, pero no hay quien los pida, quien los desee, quien los busque. No hay ni un “hola amor”, lo hubo una vez, y así terminé, envidiando el amor del que lo decía, del que lo dice a otra. Mis manos vacías llevan sólo mi tristeza y mi soledad, siempre fue así, siempre yo separada de todo y todos. Y cada remota vez que me animo a querer a alguien no hacen más que confirmarme mi naturaleza, mi posición en el mundo de isla a la fuerza. Ni siquiera hay palabras, ni llanto desgarrador, todo permanece en mi pecho y a lo largo de todo mi cuerpo, bien adentro para seguir desgastándome, una vez más, sin esperanzas. Sola, con el recuerdo de alguien a quien quiero todavía, a quien hubiera deseado amar y quien hubiera deseado que me amara. Haber deseado encontrar sus besos junto a mi cuerpo noche tras noche, deseo sin respuesta, deseo solitario. Sola y sin nadie que “ande para encontrarme”, con mucho dolor silencioso por creer en este momento, que es la eternidad, que sólo me esperan días, noches, de vagar por puentes en los que sólo puedo encontrar paraguas rotos. Por hermoso que sea verlos navegar en el río, en esta eternidad siento que mis dos ojos están infinitamente solos, que ningún paraguas ni hoja seca ni reflejo pueden completarlos. Y que los puentes nunca separaron tanto como ahora.

martes, marzo 07, 2006

Agujas

Hoy era una de esas tardes en las que caminar parece el peor desafío. Piernas que se sienten deshuesadas y que se niegan a trasladarnos sin hacer antes el mayor de nuestros esfuerzos. Pero de repente, casi -porque siempre hay algo de intencional, de búsqueda- sin notarlo, empiezo a abstraer relojes. Comienza como una torpe recreación de "Posibilidades de la abstracción", de Cortázar*, y sigue con un par de ojos (los míos) que pasan de muñeca a muñeca, para observar sólo las que llevan relojes. Era Callao y Corrientes a las seis y media de la tarde, lo que significa muchos relojes bamboleantes; en un instante sólo hay agujas y mallas de todos los colores y tamaños que guían mi mirada con gran rapidez, en contraste con la lentitud de mis piernas que ya perdieron toda noción de espacio, distancias y velocidad.

Bajo al subte sólo porque voy siguiendo uno marrón, de cuero, que se mueve hacia atrás y adelante con una libertad encantadora; voy hasta los molinetes detrás de uno plateado, bastante grande, con un movimiento muy particular, se bambolea un poco también, pero con pesadez, como si la fuerza que lo atre al centro de la tierra lo afectara mucho más que a cualquiera de sus semejantes (luego veo la bolsa que lleva la mano que usa el reloj).
Después me subo al subte y me olvido de los relojes, porque llegan los anteojos.




*En Historias de Cronopios y de Famas. Léanlo. Si ya lo hicieron, vuelvan a leerlo, y ganarán un poquito de felicidad, de esa que se manifiesta cuando cerramos un libro con una sonrisa imborrable en la cara.

martes, febrero 14, 2006

Pim pum pam

Este es un texto bastante viejo, con sentimientos e impresiones también antiguas. Lo había olvidado, y lo encontré hace pocos días. Tardé un largo rato en darme cuenta que había sido escrito por mí; por eso lo subo, porque me asombró ver tan claramente los cambios que traen los días.




-Y todo fue así de rápido, pim pum pam, ¿viste? A mediados de noviembre me lo crucé, –y dijo “crucé” en un vano intento de cargarle la responsabilidad del planeado encuentro a la casualidad- en diciembre estábamos como conejos enamorados, enero trajo algo parecido a un certero amor con conflictos inevitables. Y febrero...- Durante todo este tiempo el péndulo del reloj se había movido sin interrupciones, pero Mané parecía notarlo recién ahora, o al menos sus ojos acababan de descubrir lo hipnótico que podía ser seguir ese movimiento invariable, ida y vuelta, de izquierda a derecha, el péndulo, reloj antiguo que todavía funciona, constante, va y viene el péndulo...
-¿Y febrero?- Faltaba eso, la interrupción de Sergio para empujar a Mané afuera del trance pendulístico.
-Eh? Ah, bueno, en febrero esos conflictos aplastaron al amor eterno o, lo que es casi lo mismo, parece que la relación con su novia no andaba tan mal como decía, y toda la culpa le cayó como baldazo en la cabeza. O sea, a mediados de febrero nos dijimos “hasta siempre”. Ja!, cuánto melodrama de puro gusto. Nos dibujamos una despedida idílica, con mucho de “nunca me voy a arrepentir de lo que vivimos”, más de “te quiero, eso no va a cambiar, no quiero que dejemos de vernos, porque antes de todo esto éramos amigos... no quiero perder eso”-.
La mirada que volvió a ser llevada por el péndulo dio a entender a Sergio que el recuerdo se había pausado nuevamente y con una tos sutil intentó ponerlo nuevamente en funcionamiento. Y Mané volvió, sí, pero no para seguir hablando de marzo, abril, y todo lo que se suponía que venía después, sino para levantarse del sillón y caminar hasta el toilette, enredada en un murmullo que parecía decir “ya vengo”.
Entonces Sergio quedó allí, en el mismo sillón, rodeado por las hermosas camareras que iban y venían de mesa a cocina, junto al almohadón tibio y arrugado que conservaba la forma del cuerpo de Mané y también algunas de sus palabras. Sus ojos pasearon por el bar, en un ridículo intento de disfrazar su impaciencia y nerviosismo, y se entretuvo adivinando la edad de las antigüedades que decoraban el lugar. Llegó al reloj de péndulo, parecía costoso, uno de esos objetos que en el cine se heredan de tías tan viejas como desconocidas, y antes de arriesgar una época de fabricación ya se encontraba encantado por el movimiento continuo del péndulo. Como todo encantamiento resultó propenso a la interrupción, y Mané al regresar del baño se interpuso entre el reloj y Sergio, y suspendió el hechizo mientras volvía a tomar posición en el almohadón que seguía esperando las curvas conocidas.
Ambos olvidaron el reloj. Mané no volvió a hablar de su cronológica historia de amor, y Sergio no tocó el tema por cortesía.

En esa época se vieron más de lo que Mané consideraba prudente como para mantenerse libre de compromisos, y antes de darse cuenta o de hacer algo para evitarlo lo veía dos o tres veces a la semana. Y sin querer comenzar a evitarlo, una de esas dos o tres veces de la cuarta semana lo invitó a una noche de música y cena en su departamento – el mismo que no conocía más que el sonido de los pasos de Mané desde hacía siete meses, desde febrero más o menos -.

-Ah, tenés un Winco! Qué copado. Yo me quiero comprar uno, tengo muchos discos que eran de mi viejo que tengo ganas de escuchar.-
-Sí, lo conseguí bastante barato en el mercado de pulgas, se lo compré a un viejo medio loco, que tiene pedazos de muñecas colgando y restos de cosas imposibles de identificar. Piazzola?-
-Uuuuyy, si tenés María de Buenos Aires me caigo de culo acá mismo-
-Entonces buscate un buen almohadón donde aterrizar -.

“Y canto un tango que jamás nadie cantó, y sueño un sueño que nadie jamás soñó”

Siempre la idea de la originalidad, de ser la primera en sentir así, y nadie nunca puede entenderla porque cómo se comprende algo tan desconocido y nuevo como todo lo que le pasa por adentro cada vez que piensa en viejas relaciones y nuevas soledades.

Limit perception

No puede vivir un solo día sin superar los límites de su percepción, sin conseguir que sus ojos lleguen a ver un metro más allá que la noche anterior o que su paladar se enfrente a sabores desconocidos. Por esa razón se diluye una y otra vez en deambulantes búsquedas; sea cual sea el destino siempre se descubre a ella misma en él y se pregunta cómo llegó a ese lugar, qué hace ahí, quiénes son las caras que la rodean, las voces que la rozan, los dedos que la miran. Cuestionamientos que nada tienen de reproche, sólo es la feliz extrañeza, se ve en la misma pregunta que la desnuda y señala los límites del día, a la vez que comienza a definir los de la noche siguiente –porque es la noche, es el azul con el viento y a veces la luna-.
Una noche, de a poco, pero ella lo advierte de pronto, la invade un feliz mareo, feliz porque es una réplica del extrañamiento que busca constantemente, porque es plenamente consciente de todo lo que hace, dice, ve y siente, pero a la vez que tiene encarnada la conciencia de su ser, lo vive todo desde el exterior, desde las caras que la miran con asombro sonriente, o quizás el asombro es sólo un invento de ella, y sólo las sonrisas en los rostros, todos hermosos, todos parte del mismo bienestar.
Es el mareo, es ver los sahumerios en un estante, ver su mano extenderse hacia ellos, abrir con algo de dificultad una de las cajas, sacar una varilla perfumada y acercarla a la vela que está a su lado; pero ver que el fuego está del lado equivocado, que se enciende de la otra punta, y reír por ello, porque sólo hay que apagarlo y volver a intentar para que todo se inunde con el perfume oriental. Y ríe porque entiende, porque sabe que al salir de la cocina va a ir apoyando su mano sutilmente en los marcos de las puertas, insegura con su andar etéreo. La música nunca falta, es la corriente eléctrica que recorre una y otra vez su cuerpo y la hace bailar, agitarse, saltar, cerrar los ojos y saber que está muy lejos de ahí, al mismo tiempo que siente la silla junto a ella, el cuerpo que baila a su lado, algunos más que se sientan o salen o entran muy cerca de ella, porque el lugar es chico y siempre se está cerca dentro de él.
Más tarde sólo está ella con la música, con la agradable oscuridad de los párpados que cubren sus ojos y su cuerpo que sigue haciendo el amor con la música y con las imágenes que la acompañan; al detenerse advierte que el mareo la sigue recorriendo y plácidamente recostada en el sillón violeta disfruta conociendo las cosas cuando se es mareo y música, cuando el sueño no se hace presente pero aún así se sumerge en esa calma onírica que se prolonga y llena sus pulmones de felicidad.