viernes, febrero 25, 2005

"Recordar: Del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón." (E. Galeano, en El libro de los Abrazos)

Recordar los atardeceres en el río, y perderme en ellos, sin querer volver.

viernes, febrero 18, 2005

Y ahora quién podrá ayudarnos??... Pero si es Sergio Denis!!!

Atardecer/noche en Costanera Sur con Nereidas vidriadas y puestos de choripanes como luciérnagas ahumadas. Y un señor de sombrero canta. Primero es un Cacho Castaña no tan ronco como el original, pero el inconfundible "ojalá que no puedas hacerle el amor cuando duermas con ella". Hay un hit del verano del '95, o que al menos merecería serlo. Y un "grande, chiquito, cómo te quiero hijo mío". Siiiiiiií, el señor Sergio Denis, antes del traje rojo y las antenas, cuando en casa había un casete de él, con su foto en la tapa, camisa blanca arremangada. Está lindo, hay viento, después de un día en el trabajo con el aire acondicionado roto; escuchaba ese casete después de uno de Serrat, y antes del de Saltimbanquis, y Las Trillizas de oro; también Parchís, y creo que yo con ocho años acampando el fin de semana en el patio de casa, en una carpa enorme, era mi departamento de soltera, por la ventana que daba al patio sacaba el grabador y cantaba (sin salir de la carpa) "grande, chiquito", pero también, y principalmente, "sobre un vidrio mojado escribí tu nombre sin darme cuenta, y mis ojos brillaron igual que ese vidrio pensando en ella", y "estaba yo tan tranquilo mirando el mar, ella me hizo sombra...". La pasión que le ponía a las canciones de Sergio Denis era la misma, tan real e incomprensible, con la que cantaba "tu nombre me sabe a yerba, de la que nace en el valle, a golpes de sol y de agua". Siempre terminaba con la representación completa del musical de los Saltimbanquis, sus protagonistas: un burro sabio, gallina, gata, perro. Hay ladrones de por medio. Hay amistad y "todos juntos somos fuertes, somos flecha y somos arco, todos en el mismo barco ya no hay nada que perder. A mi lado hay un amigo que es preciso proteger". Yo era cualquiera de los cuatro, todos a la vez, con mi voz que intentaba alternar entre el ladrido y el cacareo.
Me gustan mis momentos retro, como este, como estos días que muero de ganas de comprarme un tocadiscos, como el del Club de la Serpiente, oir a Ella Fitzgerald y al Polaco en sus presentaciones originales.

miércoles, febrero 16, 2005

Mi viejo ascensor. Ahora acaban de pintar las puertas tijera, y no sólo desapareció el color marroncito que había aprendido a querer, sino que además cada viaje en ascensor me deja una intoxicación por el olor a pintura que no se va.

lunes, febrero 14, 2005

9 de julio (de Leo Maslíah)

Buenos Aires, Argentina. Día de sol. Avenida 9 de Julio. Semáforo rojo. Se junta gente que quiere cruzar. Enfrente también. El semáforo demora. Viene más gente, por ambos bandos. Cada destacamento mira fijamente el semáforo opuesto, haciendo acopio de fuerzas. "Animo, muchachos", dice un individuo a sus compañeros de acera, "ya llegará el día en que podamos cruzar". Los demás lo reconocen inmediatamente como su líder. "Quizá algunos mueran en la empresa", sigue diciendo él, "pero esos quedarán para siempre en nuestros corazones". El semáforo continúa en el rojo. Enfrente, el bando contrario designó como líder a una mujer. Su aparatoso tren delantero la hace especialmente apta para violentos impactos frontales con peatones de sentido opuesto. "Estamos contigo, Tatiana", le gritan algunos. "Ese no es mi nombre", contesta ella, pero igualmente lo asume, como Wojtila el de Juan Pablo. Desde enfrente, el otro líder la mira, y le muestra el dedo medio de su mano derecha. Sus camaradas, hombres y mujeres, lo imitan. Algunos tienen binoculares y eligen contra quién van a chocar. Otros despliegan la navaja de su alicate y la exhiben a modo de proa. De pronto, semáforo amarillo. Un estudiante, de los de Tatiana, pregunta si puede pintar de azul el vidrio amarillo del semáforo que está de su lado, para que quede verde y los del bando contrario, al tratar de cruzar, sean apisonados por los coches. La jefa le pide paciencia, y le asegura que a su debido tiempo ningún adversario quedará en pie. El estudiante recita a García Lorca"verde que te quiero verde". Por fin, el semáforo cambia. "A ellos", grita el líder de enfrente, "hay que enterrarlos en el asfalto; el sol está de nuestra parte y ya lo reblandeció un poco". Ambas cohortes inician su marcha hacia la colisión. Tatiana se acomoda el corpiño. El otro líder acomoda a su gente por orden de altura. "Las mujeres y los niños primero", dice. Todos avanzan con paso resuelto. Los autos, inmóviles, observan el espectáculo, y una cuadrilla de niños marginales que habitualmente se dedican a limpiar los vidrios de los coches a cambio de monedas, está ahora levantando suculentas apuestas referidas al desenlace de la cruzada peatonal. Atención, faltan pocos metros. Ya está, ya está. Dos pasos, un paso. Y entonces, súbitamente, todos cambian radicalmente de actitud. Empiezan a pedirse permiso unos a otros y a esquivarse. Se acabó Tatiana. Apenas si se producen algunos roces absolutamente inocuos. Nadie cae, nadie es aplastado. Todos Ilegan a destino, a las respectivas aceras de enfrente, y continúan los abúlicos trayectos que habrán de conducirlos al desempeño de sus estúpidas ocupaciones. Nadie recuerda su intención preliminar. Todos fingen civismo, qué cagones.

domingo, febrero 13, 2005


Cuando una escalera deja de ser una suma de escalones para ser eso que nos hace darnos cuenta que nunca vamos a olvidar ese lugar, las sombras de la santa rita en la pared algo descascarada, parte de un día infinitamente hermoso, infinitamente calmo. La perfección tiene forma de escalera. Posted by Hello

Tambores colonienses Posted by Hello

Viaje a Malibú

Primero fue vender la moto, una vieja colección de monedas heredada y algunas cosas que pudo juntar en el garage y en su ropero. Después sólo tuvo que buscar las llaves del Renault 9 en el cenicero y las de la casa en el ganchito de la cocina para llegar a la ruta en poco menos de una hora, con la seguridad de que hasta el otro día nadie notaría la ausencia del auto, y menos la suya; nunca le había gustado viajar en silencio y afortunadamente encontró el pasacassette escondido abajo del asiento del acompañante, mal disimulado por una rígida y grasienta franela amarilla. No le gustaba el silencio de la ruta, pero menos aún las voces de los locutores, y buscando un mapa que sabía que debía estar en la guantera encontró algunos viejos cassettes de su padre, todos identificados con un vistoso “Roberto” en la tapa, aún más grande que el nombre del músico; el mapa no apareció, pero Lautaro pudo comenzar a escuchar una cadena interminable de Chalchaleros, Fausto Papetti, Alcides, Edmundo Rivero y Bee Gees, bañada por el asombro del descubrimiento del gusto musical de Roberto (porque era Roberto, eso decía en las cajas de los cassettes). Buscaba alguna estación de servicio donde comprar un mapa de ruta, mas al segundo tema de Alcides decidió abandonarse a las intuiciones variables y a los nombres de pueblos o caminos que le llamaban la atención durante su marcha.
La música sonaba mientras por las ventanillas pasaban pinceladas de verdes, amarillos, marrones, a veces girasol, o trigo, siempre las vacas y los tractores abandonados o sólo en descanso. Atravesaba calles de tierra y llegaba a nuevas rutas, carreteras en desuso, y el lento pasar del Renault abultaba el horizonte inalterable, Lautaro podía ver esa partícula de actividad en forma de sombra en el asfalto, a veces casi aniquilada por el sol de mediodía, otras inclinada y derretida en largas siluetas al atardecer.
Cada tanto entraba en los pueblos para comprar algo de comida, y dormir en el único hotel, porque siempre era El Hotel, a donde iban a dar todos los viajantes de comercio con desgastadas valijas, salidos de una novela de Soriano, y los amantes que se resistían a entrar en los pastizales y baldíos. Cuando se quedaba en los hoteles, en vez de dormir en el asiento trasero del auto, pasaba el tiempo dibujándose distintas caras frente a los otros huéspedes, tan ocasionales y encubiertos como él; cuando se encontraba con esos viejos prematuros que siempre tenían una colección de vasos vacíos y mugrientos delante de sus cabezas oscilantes, se sentaba frente a ellos con una tentadora botella de grapa en la mano, esto siempre les hacía levantar la mirada para encontrarse con la sonrisa indescifrable de Lautaro, que con su invitación no hacía más que ostentar una impostada juventud rozagante. Jugaba al viajante perpetuo, con una barba siempre mal afeitada, amigo de las rutas y de los pueblos a los que no llegaba el tren, y no dejaba de sorprenderse de su disfraz.
Una tarde el horizonte delante de Lautaro se volvió un poco más azul. Siguió manejando mientras caía la tarde, acompañado por la voz de Edmundo Rivero. Ya había llegado la noche cuando llegó a ese horizonte, que no era una línea azul sino una playa a veces escondida detrás de los médanos. Con los faroles del auto como única fuente de luz en esa noche de luna nuevo pudo distinguir algo que parecía ser una balneario o un bar, mezcla de paredes blancas rugosas y techos de paja. Con las luces aún encendidas, bajó del auto. Se detuvo frente a una pared pintada. En el dibujo dos palmeras entrelazadas le daban la bienvenida, y le hacían pensar en una gran cruz que marcaría el lugar en donde se encontraba escondido el colosal tesoro de algún corsario desaparecido en los mares nórdicos. Había llegado a Malibú.

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La idea era hacer algo más largo, con un poco de "estructura", pero como pensaba subirlo al flog lo corté de golpe. El flog no quiere entrar, pero en cuanto pueda lo subo allá tmabién, porque en realidad el texto acompaña a la foto (y aún no aprendía subir fotos acá).

Esta foto va junto con "Viaje a Malibú", el texto salió de esta foto en realidad. Posted by Hello