martes, febrero 14, 2006

Pim pum pam

Este es un texto bastante viejo, con sentimientos e impresiones también antiguas. Lo había olvidado, y lo encontré hace pocos días. Tardé un largo rato en darme cuenta que había sido escrito por mí; por eso lo subo, porque me asombró ver tan claramente los cambios que traen los días.




-Y todo fue así de rápido, pim pum pam, ¿viste? A mediados de noviembre me lo crucé, –y dijo “crucé” en un vano intento de cargarle la responsabilidad del planeado encuentro a la casualidad- en diciembre estábamos como conejos enamorados, enero trajo algo parecido a un certero amor con conflictos inevitables. Y febrero...- Durante todo este tiempo el péndulo del reloj se había movido sin interrupciones, pero Mané parecía notarlo recién ahora, o al menos sus ojos acababan de descubrir lo hipnótico que podía ser seguir ese movimiento invariable, ida y vuelta, de izquierda a derecha, el péndulo, reloj antiguo que todavía funciona, constante, va y viene el péndulo...
-¿Y febrero?- Faltaba eso, la interrupción de Sergio para empujar a Mané afuera del trance pendulístico.
-Eh? Ah, bueno, en febrero esos conflictos aplastaron al amor eterno o, lo que es casi lo mismo, parece que la relación con su novia no andaba tan mal como decía, y toda la culpa le cayó como baldazo en la cabeza. O sea, a mediados de febrero nos dijimos “hasta siempre”. Ja!, cuánto melodrama de puro gusto. Nos dibujamos una despedida idílica, con mucho de “nunca me voy a arrepentir de lo que vivimos”, más de “te quiero, eso no va a cambiar, no quiero que dejemos de vernos, porque antes de todo esto éramos amigos... no quiero perder eso”-.
La mirada que volvió a ser llevada por el péndulo dio a entender a Sergio que el recuerdo se había pausado nuevamente y con una tos sutil intentó ponerlo nuevamente en funcionamiento. Y Mané volvió, sí, pero no para seguir hablando de marzo, abril, y todo lo que se suponía que venía después, sino para levantarse del sillón y caminar hasta el toilette, enredada en un murmullo que parecía decir “ya vengo”.
Entonces Sergio quedó allí, en el mismo sillón, rodeado por las hermosas camareras que iban y venían de mesa a cocina, junto al almohadón tibio y arrugado que conservaba la forma del cuerpo de Mané y también algunas de sus palabras. Sus ojos pasearon por el bar, en un ridículo intento de disfrazar su impaciencia y nerviosismo, y se entretuvo adivinando la edad de las antigüedades que decoraban el lugar. Llegó al reloj de péndulo, parecía costoso, uno de esos objetos que en el cine se heredan de tías tan viejas como desconocidas, y antes de arriesgar una época de fabricación ya se encontraba encantado por el movimiento continuo del péndulo. Como todo encantamiento resultó propenso a la interrupción, y Mané al regresar del baño se interpuso entre el reloj y Sergio, y suspendió el hechizo mientras volvía a tomar posición en el almohadón que seguía esperando las curvas conocidas.
Ambos olvidaron el reloj. Mané no volvió a hablar de su cronológica historia de amor, y Sergio no tocó el tema por cortesía.

En esa época se vieron más de lo que Mané consideraba prudente como para mantenerse libre de compromisos, y antes de darse cuenta o de hacer algo para evitarlo lo veía dos o tres veces a la semana. Y sin querer comenzar a evitarlo, una de esas dos o tres veces de la cuarta semana lo invitó a una noche de música y cena en su departamento – el mismo que no conocía más que el sonido de los pasos de Mané desde hacía siete meses, desde febrero más o menos -.

-Ah, tenés un Winco! Qué copado. Yo me quiero comprar uno, tengo muchos discos que eran de mi viejo que tengo ganas de escuchar.-
-Sí, lo conseguí bastante barato en el mercado de pulgas, se lo compré a un viejo medio loco, que tiene pedazos de muñecas colgando y restos de cosas imposibles de identificar. Piazzola?-
-Uuuuyy, si tenés María de Buenos Aires me caigo de culo acá mismo-
-Entonces buscate un buen almohadón donde aterrizar -.

“Y canto un tango que jamás nadie cantó, y sueño un sueño que nadie jamás soñó”

Siempre la idea de la originalidad, de ser la primera en sentir así, y nadie nunca puede entenderla porque cómo se comprende algo tan desconocido y nuevo como todo lo que le pasa por adentro cada vez que piensa en viejas relaciones y nuevas soledades.

Limit perception

No puede vivir un solo día sin superar los límites de su percepción, sin conseguir que sus ojos lleguen a ver un metro más allá que la noche anterior o que su paladar se enfrente a sabores desconocidos. Por esa razón se diluye una y otra vez en deambulantes búsquedas; sea cual sea el destino siempre se descubre a ella misma en él y se pregunta cómo llegó a ese lugar, qué hace ahí, quiénes son las caras que la rodean, las voces que la rozan, los dedos que la miran. Cuestionamientos que nada tienen de reproche, sólo es la feliz extrañeza, se ve en la misma pregunta que la desnuda y señala los límites del día, a la vez que comienza a definir los de la noche siguiente –porque es la noche, es el azul con el viento y a veces la luna-.
Una noche, de a poco, pero ella lo advierte de pronto, la invade un feliz mareo, feliz porque es una réplica del extrañamiento que busca constantemente, porque es plenamente consciente de todo lo que hace, dice, ve y siente, pero a la vez que tiene encarnada la conciencia de su ser, lo vive todo desde el exterior, desde las caras que la miran con asombro sonriente, o quizás el asombro es sólo un invento de ella, y sólo las sonrisas en los rostros, todos hermosos, todos parte del mismo bienestar.
Es el mareo, es ver los sahumerios en un estante, ver su mano extenderse hacia ellos, abrir con algo de dificultad una de las cajas, sacar una varilla perfumada y acercarla a la vela que está a su lado; pero ver que el fuego está del lado equivocado, que se enciende de la otra punta, y reír por ello, porque sólo hay que apagarlo y volver a intentar para que todo se inunde con el perfume oriental. Y ríe porque entiende, porque sabe que al salir de la cocina va a ir apoyando su mano sutilmente en los marcos de las puertas, insegura con su andar etéreo. La música nunca falta, es la corriente eléctrica que recorre una y otra vez su cuerpo y la hace bailar, agitarse, saltar, cerrar los ojos y saber que está muy lejos de ahí, al mismo tiempo que siente la silla junto a ella, el cuerpo que baila a su lado, algunos más que se sientan o salen o entran muy cerca de ella, porque el lugar es chico y siempre se está cerca dentro de él.
Más tarde sólo está ella con la música, con la agradable oscuridad de los párpados que cubren sus ojos y su cuerpo que sigue haciendo el amor con la música y con las imágenes que la acompañan; al detenerse advierte que el mareo la sigue recorriendo y plácidamente recostada en el sillón violeta disfruta conociendo las cosas cuando se es mareo y música, cuando el sueño no se hace presente pero aún así se sumerge en esa calma onírica que se prolonga y llena sus pulmones de felicidad.