martes, febrero 14, 2006

Limit perception

No puede vivir un solo día sin superar los límites de su percepción, sin conseguir que sus ojos lleguen a ver un metro más allá que la noche anterior o que su paladar se enfrente a sabores desconocidos. Por esa razón se diluye una y otra vez en deambulantes búsquedas; sea cual sea el destino siempre se descubre a ella misma en él y se pregunta cómo llegó a ese lugar, qué hace ahí, quiénes son las caras que la rodean, las voces que la rozan, los dedos que la miran. Cuestionamientos que nada tienen de reproche, sólo es la feliz extrañeza, se ve en la misma pregunta que la desnuda y señala los límites del día, a la vez que comienza a definir los de la noche siguiente –porque es la noche, es el azul con el viento y a veces la luna-.
Una noche, de a poco, pero ella lo advierte de pronto, la invade un feliz mareo, feliz porque es una réplica del extrañamiento que busca constantemente, porque es plenamente consciente de todo lo que hace, dice, ve y siente, pero a la vez que tiene encarnada la conciencia de su ser, lo vive todo desde el exterior, desde las caras que la miran con asombro sonriente, o quizás el asombro es sólo un invento de ella, y sólo las sonrisas en los rostros, todos hermosos, todos parte del mismo bienestar.
Es el mareo, es ver los sahumerios en un estante, ver su mano extenderse hacia ellos, abrir con algo de dificultad una de las cajas, sacar una varilla perfumada y acercarla a la vela que está a su lado; pero ver que el fuego está del lado equivocado, que se enciende de la otra punta, y reír por ello, porque sólo hay que apagarlo y volver a intentar para que todo se inunde con el perfume oriental. Y ríe porque entiende, porque sabe que al salir de la cocina va a ir apoyando su mano sutilmente en los marcos de las puertas, insegura con su andar etéreo. La música nunca falta, es la corriente eléctrica que recorre una y otra vez su cuerpo y la hace bailar, agitarse, saltar, cerrar los ojos y saber que está muy lejos de ahí, al mismo tiempo que siente la silla junto a ella, el cuerpo que baila a su lado, algunos más que se sientan o salen o entran muy cerca de ella, porque el lugar es chico y siempre se está cerca dentro de él.
Más tarde sólo está ella con la música, con la agradable oscuridad de los párpados que cubren sus ojos y su cuerpo que sigue haciendo el amor con la música y con las imágenes que la acompañan; al detenerse advierte que el mareo la sigue recorriendo y plácidamente recostada en el sillón violeta disfruta conociendo las cosas cuando se es mareo y música, cuando el sueño no se hace presente pero aún así se sumerge en esa calma onírica que se prolonga y llena sus pulmones de felicidad.

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