martes, marzo 07, 2006

Agujas

Hoy era una de esas tardes en las que caminar parece el peor desafío. Piernas que se sienten deshuesadas y que se niegan a trasladarnos sin hacer antes el mayor de nuestros esfuerzos. Pero de repente, casi -porque siempre hay algo de intencional, de búsqueda- sin notarlo, empiezo a abstraer relojes. Comienza como una torpe recreación de "Posibilidades de la abstracción", de Cortázar*, y sigue con un par de ojos (los míos) que pasan de muñeca a muñeca, para observar sólo las que llevan relojes. Era Callao y Corrientes a las seis y media de la tarde, lo que significa muchos relojes bamboleantes; en un instante sólo hay agujas y mallas de todos los colores y tamaños que guían mi mirada con gran rapidez, en contraste con la lentitud de mis piernas que ya perdieron toda noción de espacio, distancias y velocidad.

Bajo al subte sólo porque voy siguiendo uno marrón, de cuero, que se mueve hacia atrás y adelante con una libertad encantadora; voy hasta los molinetes detrás de uno plateado, bastante grande, con un movimiento muy particular, se bambolea un poco también, pero con pesadez, como si la fuerza que lo atre al centro de la tierra lo afectara mucho más que a cualquiera de sus semejantes (luego veo la bolsa que lleva la mano que usa el reloj).
Después me subo al subte y me olvido de los relojes, porque llegan los anteojos.




*En Historias de Cronopios y de Famas. Léanlo. Si ya lo hicieron, vuelvan a leerlo, y ganarán un poquito de felicidad, de esa que se manifiesta cuando cerramos un libro con una sonrisa imborrable en la cara.