jueves, agosto 30, 2007

Después de la segunda película de la madrugada me pregunto quién lee estas palabras muertas, y en el momento en que lo pienso me invade la certeza de que esa frase es ajena, que la leí quizás en un Cortázar, pero ya no puedo recordarlo, ya la hice demasiado propia, imposible expulsarla.
Me pregunto si hay alguien que llega a este lugar y lee textos viejos, en gran parte ajenos por la acción del tiempo, y el viento, y siempre las lágrimas.
Me acuerdo de uno de ellos, seguramente catarsis de domingo por la noche; recuerdo por qué necesité escupirlo junto con los gotones que caían de mis ojos, y no puedo evitar pensar que una y otra vez voy a volver a hacerlo propio y presente. Que las palabras que parecían muertas quizás sólo estén catatónicas, y entonces cómo saber cuándo están muertas del todo, cuándo dejar de temer que abran los ojos y se paren una vez más adelante mío. Con toda su soberbia me hablan del eterno retorno y citan algunos autores de nombre difícil; se visten de intelectualidad para decirme algo tan sencillo como que voy a volver siempre al mismo lugar aunque no quiera, aunque no me guste.

jueves, agosto 09, 2007

Después, en el tren

Después, en el tren, en un vagón lleno de jubilados, veo una bolsa que parece de arpillera, con un dibujo raro, que dice "Dumbarton"; ahí dejo el apunte de Cacciari en el asiento de al lado y garabateo



Una bolsa de "Dumbarton" --> ¿lugar en el mapa? ¿Artista? ¿Museo? Descosificación del nombre, del significado. Pasa a ser un dibujo, parte de un objeto (bolsa). Quizás recuerde ciertos olores, paisajes, personas; pero ese es un nuevo Dumbarton, uno que no venía con la bolsa, sino más bien desde o a través de ella.


(con cuánta impunidad uso algunas palabras y/o conceptos)



http://www.geolocalizador.com/ciudad-dumbarton-X3490640.html ¿A cuál de las trece habrá ido?

Mientras camino por Sierras y por Mar del Plata vacía

Mientras camino por Sierras y por Mar del Plata vacía pienso cosas, con más o menos sentido, pero todas se llevan bien con la campera abrigada, el ruido del agua y la cámara de fotos. Y algunas las escribo enseguida, si tengo papel (por lo general, reverso de volante o servilleta de bar) y lapicera a mano



El momento en que la foto me sale al paso, me toma por sorpresa y me desafía con ojos de perro guardián. Yo creo ganar el duelo con cada disparo del obturador; pero siempre sé que sólo podré vestirme de triunfo cuando vea esos mismos ojos en el papel frente a mí, aún desafiantes. Me interrogan, me preguntan si eso es lo que vi, si le gané la batalla a la foto o si me contenté con una burda imitación, con un cowboy de feria y balas de goma.



Capturar, certera palabra para describir el momento de tomar la foto. Ir tras una imagen huidiza, una idea que fácilmente se esconde entre frases de autoayuda y manuales de computación. Es esa persecución la que provoca el placer, tan personal y enorme como difícil es su descripción. El momento no es el disparo, para poder gatillar es necesario haber llegado a lo que se busca. La captura habla de eso, del camino que lleva a la presa; y es ahí cuando me doy cuenta de que los roles siempre estuvieron invertidos, que soy el objeto capturado por la foto, y lo que provoca el placer no es más que esa certeza, la tranquilidad de poder entregarse sin vacilaciones a una imagen, a una frase, a una verdad o a un hermoso cuento.